20 de octubre de 2012

Latif.... (Otro cuento para pensar)

Latif era el pordiosero más pobre de la aldea.
Cada noche dormía en el zaguán de una casa diferente,
frente al la plaza central del pueblo.
Cada día se recostaba debajo de un árbol distinto,
con la mano extendida y la mirada perdida en sus pensamientos.
Cada tarde comía de la limosna o de los mendrugos
que alguna persona caritativa le acercaba.
Sin embargo a pesar de su aspecto y de la forma de pasar sus días,
Latif era considerado por todos el hombre más sabio del pueblo,
quizás no tanto por su inteligencia, sino por todo aquello que había vivido.
Una mañana soleada el Rey en persona apareció en la plaza.
Rodeado de guardias caminaba entre los puestos de frutas y baratijas buscando nada.
Riéndose de los mercaderes y de los compradores,
casi tropezó con Latif, que dormitaba a la sombra de una encina.
Alguien le contó que estaba frente al más pobre de sus súbditos,
pero también frente a uno de los hombres más respetados por su sabiduría.
El Rey, divertido, se dirigió al mendigo y le dijo:
-"Si me contestas una pregunta te doy esta moneda de oro."
Latif lo miró, y casi despectivamente, le dijo:
-"Puedes quedarte con tu moneda ¿Para qué la querría yo? ¿Cuál es tu pregunta?"
Y el Rey se sintió desafiado por la respuesta y en lugar de una pregunta banal,
se despachó con una pregunta que hacía días le angustiaba y que no podía resolver.
Un problema de bienes y recursos que sus analistas no habían podido solucionar.
La respuesta de Latif fue justa y creativa.
El Rey se sorprendió; dejó su moneda a los pies del mendigo
y siguió su camino por el mercado, meditando sobre lo sucedido.
Al día siguiente el Rey volvió a aparecer en el mercado.
Ya no paseaba entre los mercaderes, fue directo a donde Latif descansaba,
esta vez bajo un olivar.
Otra vez el Rey hizo una pregunta, y otra vez Latif la respondió rápida y sabiamente.
El soberano volvió a sorprenderse de tanta lucidez.
Con humildad se quitó las sandalias y se sentó en el suelo frente a Latif.
-"Latif te necesito" - le dijo- " Estoy agobiado por las decisiones que como rey debo tomar.
No quiero perjudicar a mi pueblo, ni tampoco ser un mal soberano.
Te pido que vengas a palacio y seas mi asesor. Te prometo que no te faltará de nada,
que serás respetado y que podrás partir cuando quieras....por favor"
Por compasión, por servicio o por sorpresa, el caso es que Latif,
después de pensar unos minutos, aceptó la propuesta del Rey.
Esa misma tarde llegó Latif a palacio, en donde inmediatamente le fue asignado
un lujosos cuarto a escasos doscientos metros de la alcoba real.
En la habitación, una tina de esencias con agua tibia le esperaba.
Durante las siguientes semanas las consultas del Rey se hicieron habituales.
Todos los días, a la mañana y a la tarde, el monarca mandaba llamar a su nuevo asesor
para consultarle sobre los problemas del reino, sobre su propia vida o sobre sus dudas espirituales.
Latif siempre contestaba con claridad y precisión.
El recién llegado se transformó en el interlocutor favorito del Rey.
A los tres meses de su estancia ya no había medida, decisión o fallo
que el monarca no consultara con su preciado asesor.
Obviamente esto desencadenó los celos de todos los cortesanos que veían el mendigo-consultor
una amenaza para su propia influencia y un perjuicio para sus intereses materiales.
Un día todos los demás asesores pidieron audiencia con el Rey.
Muy circunspectos y con gravedad le dijeron:
-"Tu amigo Latif, como tú lo llamas, está conspirando para derrocarte."
-"No puede ser" -dijo el Rey- "No lo creo"
-"Puedes confirmarlo con tus propios ojos" -dijeron todos- "Cada tarde a eso de las cinco,
Latif se escabulle del palacio hasta el ala Sur y en un cuarto oculto se reúne a escondidas, no sabemos con quién. Le hemos preguntado a dónde iba alguna de esas tardes y ha contestado con evasivas.
Esa actitud terminó de alertarnos sobre su conspiración."
El Rey se sintió defraudado y dolido. Debía confirmar esas versiones.
Esa tarde, a las cinco, aguardaba oculto en el recodo de una escalera.
Desde allí vio como, en efecto, Latif llegaba a la puerta, miraba hacia los lados y con la llave
que colgaba de su cuello abría la puerta de madera y se escabullía sigilosamente dentro del cuarto.
-"¿Lo viste?" -gritaron los cortesanos- "¿Lo viste?"
Seguido de su guardia personal el monarca golpeó la puerta.
-"Soy yo, el Rey" -dijo el soberano- "Ábreme la puerta."
Latif abrió la puerta. No había nadie allí, salvo Latif.
Ninguna puerta, ni ventana, ninguna puerta secreta, ningún mueble que permitiera ocultar a alguien.
Sólo había en el piso un plato de madera desgastado, en un rincón una vara de caminante
y en el centro de la pieza una túnica raída colgando de un gancho en el techo.
-"¿Estás conspirando contra mí Latif?" -preguntó el Rey.
-"¿Cómo se te ocurre Majestad?" - contestó Latif- "De ninguna forma ¿Por qué lo haría?"
-"Pero vienes aquí cada tarde en secreto. ¿Qué es lo que buscas si no te ves con nadie?
¿Para qué vienes a estecuchitril a escondidas?"
Latif sonrió y se acercó a la túnica harapienta que pendía del techo. La carició y le dijo al Rey:
-"Hace sólo seis meses cuando llegué, lo único que tenía eran esta túnica, este plato y esta vara de madera"
-dijo Latif- "Ahora me siento tan cómodo en la ropa que visto, es tan confortable la cama en la que duermo,
es tan halagador el respeto que me das y tan fascinante el poder que regala mi lugar a tu lado....
que vengo cada día para estar seguro de no olvidar de ¡Quién Soy y de Dónde Vine!"

Jorge Bucay
Buenos Aires (30 de Octubre de 1949)







7 de octubre de 2012

Manos....

En el siglo XV, en una pequeña aldea cerca de Nüremberg, vivía una familia con varios hijos. Para poner pan en la mesa para todos el padre trabajaba casi 18 horas diarias en las minas de carbón, y en cualquier otra cosa que se presentara. Dos de sus hijos tenían un sueño: dedicarse a la pintura.

Pero sabían que su padre jamás podría enviar a ninguno de ellos a estudiar a la academia. Después de muchas noches de conversaciones calladas, los dos hermanos llegaron a un acuerdo; lanzarían al aire una moneda, y el perdedor trabajaría en las minas para pagar los estudios al que ganara. Al terminar los estudios, el ganador pagaría entonces los estudios al que quedara en casa con las ventas de sus obras. Así los dos hermanos podrían ser artistas.
Lanzaron al aire una moneda un domingo al salir de la iglesia. Uno de ellos, llamado Albretch Durero, ganó y se fue a estudiar a Nüremberg.

Entonces el otro hermano, Albert, comenzó el peligroso trabajo en las minas, donde permaneció los siguientes cuatro años para sufragar los estudios de su hermano, que desde el primer momento fue toda una sensación en la academia.
Los grabados de Albretch, sus tallados y sus óleos llegaron a ser mucho mejores que los de muchos de sus profesores, y para el momento de su graduación, ya había comenzado a ganar considerables sumas con las ventas de su arte.

Cuando el joven artista regresó a su aldea, la familia Durero se reunió para celebrar una cena de fiesta en su honor. Al finalizar la memorable velada, Albretch se puso de pie en su lugar de honor en la mesa, y propuso un brindis por su hermano querido, que tanto se había sacrificado trabajando en las minas para hacer sus estudios una realidad. Y dijo: "Ahora, hermano mía, es tu turno. Ahora puedes ir a Nüremberg a perseguir tus sueños, que yo me haré cargo de todos tus gastos"

Todos los ojos se volvieron llenos de expectativa hacia el rincón de la mesa que ocupaba su hermano. Pero este,con el rostro empapado en lágrimas, se puso en pie y dijo suavemente: "No, hermano, no puedo ir a Nüremberg. Es muy tarde para mí. Estos cuatro años de trabajo en las minas han destruido mis manos. Cada hueso de mis manos se ha roto al menos una vez, y la artritis en mi mano derecha ha avanzado tanto que hasta me costó trabajo levantar la copa durante tu brindis. No podría trabajas con delicadas líneas el compás o el pergamino, y no podría manejar la pluma ni el pincel. No, hermano, para mí ya es tarde. Pero soy feliz de que mis manos deformes hayan servido para que las tuyas ahora hayan cumplido su sueño"

Más de 450 años han pasado desde ese día. Hoy los grabados, óleos, acuarelas tallas y demás obras de Albretch Durero, pueden ser vistos en museos alrededor del mundo. Pero seguramente su obra más vista y más recordada es la que hizo un día para rendir homenaje al sacrificio de su hermano. Albretch Durero dibujó las manos maltratadas de su hermano, con las palmas unidas y los dedos apuntando al cielo. Llamó a esta poderosa obra simplemente "Manos", pero se cambió el nombre y en el mundo entero se conoce como "Manos que oran".

Ojalá  la próxima vez que veamos una copia de esta obra sirva para que, cuando nos sintamos demasiado orgullosos de lo que hacemos, y demasiado pagados de nosotros mismos, recordemos que en la vida....
¡Nadie nunca triunfa solo!





 Albrecht Dürer)
 (Núremberg21 de mayo de 1471 - Núremberg6 de abril de 1528)1
Renacimiento alemán